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Salón de la fama
Nació en la ciudad de New York, con descendencia inglesa por parte de ambos padres quienes se dedicaban al narcotrafico. Sus padres se vieron obligados a dejar Londres gracias a que sus cabezas tenían precio; ambos pensaron que en New York estarían a salvo , consiguieron nuevas y viejas amistades, se hicieron un lugar entre las mafias de la ciudad, hasta que un día, nueve años después sus enemigos finalmente los encontraron. Irrumpieron en la residencia de los Ripper y armaron un baño de sangre del que nadie salio vivo, nadie a excepción de Derek quien se mantuvo escondido mientras la ayuda llegaba. Antes de que se armara todo el escándalo por el baño de sangre, los hombres de un viejo amigo de los Ripper llegaron al lugar, rescataron a Derek y lo llevaron a Corvinus, un viejo mafioso retirado que a partir de ese momento se hizo cargo de Derek. Lo educo con métodos poco usuales, educación solo en casa, torturas, castigos, golpes que fueron llenando poco a poco el cuerpo de Derek con todas las cicatrices que tiene hoy en día bajo los tatuajes de su piel. Siempre vio a Corvinus como su segundo padre, pensando en que todo lo que le hacía era por su bien, nunca tomo rencor contra él. En el tiempo de su estadía con Corvinus conoció a Dimitri, él que se convertiría en su mejor amigo casi hermano y con quien años después, a la edad de 19 años se marcharía para probar fortuna por su propia cuenta, sin la ayuda de Corvinus. Fueron años los que le costaron para escalar escalón por escalón para llegar a la cima. Hizo cosas inhumanas para lograr sus objetivos, paso por encima de quien hiciera falta para conseguirse el respeto de sus enemigos y de todo aquel que siquiera escuchara su nombre y 5 años más tarde se convirtió en uno de los narcotraficantes más conocidos en New York y más buscados por la policía.
Líder Mafioso
Derek W. Ripper
Nació en California gracias a un accidente de una noche, motivo por el cual en su infancia se vio reflejado el poco apego por parte de sus padres, sobretodo por el lado de su progenitor. En la misma época, se vio desplazado por la presencia de su hermano menor que pareció ser la solución a todos los problemas que la familia presentaba. De tal manera, se crió casi por su cuenta de forma inestable, llegando a crear conceptos bastante errados y desconcertantes acerca de la vida misma. A los dieciocho años, abandonó su hogar para entregarse a las calles, donde se dedicó a vender droga para costearse la carrera de arquitectura en la universidad. A pesar de haberse graduado, nunca llegó a ejercer, pues durante el trayecto descubrió la gran pasión que sentía por la mezcla y las bebidas. Empezó específicamente a los veintitrés como conserje en un bar de mala muerte, lugar en el que se dedicó a observar la manera en la que los que atendían la barra se desplazaban para luego copiar sus movimientos en sus horas libres. Fue avanzando así hasta adquirir experiencia en el asunto y acabar recorriendo medio país con el único fin de ganar reconocimiento, acabando por ser el favorito de uno o más empresarios exitosos. A la edad de treinta y cinco, decidió establecerse en New York donde su carrera alcanzó el apogeo al ser ascendido a gerente del bar en el que trabajaba, obteniendo así la preferencia de las grandes estrellas de la ciudad y además, al ganar el World Class que lo coronó como el mejor barman del mundo.
Bartender World Class
Boris Dixon
Ivy Rose nació la noche caótica del fin de milenio en un hospital del Bronx, en una sala llena de gente, junto a una anciana que moría y de la cual, por un error, tomó su nombre. Nació adicta y su madre la abandonó ahí mismo. A los seis meses salió de rehabilitación por heroína solamente para ser encerrada de nuevo en uno de los tantos MAC de la ciudad de New York. A los ocho años forma parte de un programa de integración al arte, decantándose por el ballet, mismo que practica hasta ahora y para el cual tiene bastante habilidad. A los doce es adoptada por una pareja de artistas de éxito que la hacen conocer el mundo exterior, lo caótico y hermoso que puede ser, lo brutal también pues, después de adaptarse y amarlos, se lo arrebatan todo de golpe. Su madre adoptiva se suicida dos años después y su marido la sigue un año después. Ahí comienza la caída libre para Ivy quien a los quince era alcohólica y comenzaba con otro tipo de drogas; convencida de que su paso por el mundo sería breve, Ivy Rose comenzó a dar pasos gigantescos, comienza a querer vivir y experimentar de todo hasta que se da cuenta que no puede, porque algo dentro de ella se apagó cuando se dio la primera línea de coca y llegó a un hogar vacío. Es en ese mismo año que conoce a su mejor amigo con el que tendrá una experiencia demasiado grave la cual la hace reconsiderar un poco su vida, anesteciada de emociones, entra en rehabilitación, se llena de trabajos, retoma la escuela y conoce a Felicia. De marzo a mayo trabaja como Bella Durmiente, un servicio de chicas para hombres acaudalados en donde conoce a Nando Morelli, el hombre que le torcería la vida de nuevo al iniciar una relación por demás ílicita. Recae en las drogas y desciende más hacia el abismo hasta tomar una escala, un coma a causa de una sobredosis. Nando desaparece de su vida y ella sigue cayendo. Son los Peyton quienes colocan una red de contención y la detienen adoptándola al conocer su historia, es con ellos con quienes conoce lo que es tener una familia y una vida digna. Morelli reaparece en su vida, limpio y amándola y es él la parte más rota de su vida por la cual entra más luz a su interior. Después de caer por fin en el abismo y darse cuenta que lo que había ahí abajo era ella misma en su total realidad, Ivy Rose decidió comenzar a subir, paso a paso, tomando la mano de los que la rodean y quieren verla bien, de los que la apoyan. Una oportunidad única en la vida llega gracias a alguien que ella desconoce y su rumbo toma otra dirección, lejos de la ciudad, tomando un lugar por el cual, siempre en su vida, tendrá que luchar con uñas y dientes por mantener. Ha fijado residencia en Covent Garden, Londres, viajando a New York cuando puede, aunque no sean muchas ocasiones porque tiene demasiadas cosas que hacer, Academia, colegio, pareja, mantener la popularidad que gracias a su personalidad y escándalos (su relación ilícita, aunque legal en Londres, ahora es pública) ha obtenido… Intentando salvarse de ella misma cada día, pero intentando sobrellevarlo todo con una enorme sonrisa y con el orgullo y la arrogancia que la caracteriza.
High School Queen
Ivy Rose Hathaway
Nacido en Queens, Nueva York de madre inmigrante. Lo poco que Lucas ha conocido de su verdadera madre es que era mexicana y que murió al darle a luz, muchos rumores sobre su madre biológica le han confirmado que probablemente su padre era un mafioso muy influyente, sin embargo esos rumores nunca fueron confirmados y después de todo eso fueron. Adoptado por una pareja que jamás tuvo la dicha de formar su propia familia, sin embargo al ver al pequeño bebé de inmediato comenzaron los trámites para adoptarlo y terminaron por ponerle Lucas Earle. Su padre un policía de Queens le enseñó cada una de las cosas que hoy en día aplica. Cuando aplicó a la academia, pronto destacó entre sus demás compañeros, sus jefes pronto notaron que aquel joven tenía una vocación que una profesión de ser policía, lo recomendaron para que fuera a la Interpol en Londres donde pasó un tiempo y de inmediato fue asignado a Nueva York como policía encubierto, pronto conoció a la que se convertiría en una de sus mejores amigas y madre de sus hijos. El tiempo con la Interpol término cuando la CIA comenzó a ofrecerle un puesto como agente, pero Lucas decidió rechazarlo. No fue que hace dos meses que estuvo como agente de la CIA y después de terminar un caso enorme de trata de personas con toda su red, sufrió un accidente que dañó parte de su cerebro, actualmente rige como Jefe de Fuerzas Tácticas, puesto que sus amigos y compañeros no dudaron en recomendarlo por su enorme esfuerzo y porque realmente es un policía de campo con ese toque de saber cómo piensa una mente criminal.
Jefe de Fuerzas Tácticas de la CIA
Lucas Earle
Nació una tarde de Agosto en Seattle. Hija del dueño de una fábrica de vidrios y una abogada fue la adoración. Segunda y última hija del complicado matrimonio Peyton, fue la bebe que se suponía salvaría el matrimonio pero no pudo ser, las disputas ganaron la batalla a la familia y terminaron divorciándose cuando Isabella no cumplía un año de nacida. Ambas niñas se fueron con su madre quien dejo su crianza en mano de sus abuelos por lo que ambas fueron enseñadas con los mismos principios con los que sus abuelos criaron a sus hijos. Isabella siempre hablaba y pedía tener acercamientos con su padre quien las visitaba pocas veces en Seattle, aun así en ella nació una afición por el vidrio que pronto le terminaría haciendo descubrir el arte en él. A medida que fueron creciendo Lucy se alejaba más de Isabella quien siempre quedaba detrás gracias a su edad, para cuando Lucy cumplió dieciocho años ya no estaba presente en la vida de su hermana menor quien con trece años quedo a la merced de los juegos de sus primos menores. A pesar de que el malestar por la actitud de Lucy la afligía su adolescencia no estuvo llena de únicamente momentos tristes, sus primos le enseñaron a adorar aquellas costumbres de la ciudad que finalmente despertaron su interés, los próximos años los paso entre juegos de fútbol americano, reuniones con sus amigos de escuela y el estudio del vidrio y los grandes murales que llenaban de colores las iglesias y daban al sol una bienvenida feliz todo los días. Su padre comenzó a mostrar más interés por acercarse cuando Isabella tenía 15 años, la joven no puso contras al interés de su padre, ella quería estar presente en la fabricación del vidrio desde cerca, quería convertirse en una artista que pudiese moldear figuras fantásticas y brillantes, por ese motivo acepto que su padre la llevara de paseo a Nueva York de vez en cuando donde paso muchas horas en su fábrica, aprendió a calentar vidrio y darle formas, a tallarlo y pintarlo, su padre dio riendas sueltas y fueron los años más maravillosos de su vida. Entre aviones y viajes llego a la universidad de Boston donde estudio Artes modernas. Con 23 años tenía una carrera prometedora, por lo que se mudó a Nueva York donde con ayuda de su padre comenzaría a dibujar el nuevo destino como artista dejando a un lado cualquier sentimiento que le hiciera sentir culpable de nuevo. En La ciudad del pecado conoció a su mejor amigo quien más adelante se convertiría en el padre de sus dos hijas. Después de haber tenido en mente una colección formada por cuadros cuya pintura se vería mezclada con pedazos de vidrios de colores, se atrevió a realizarla y enviarla a Italia para que fuese publicada en una galería en crecimiento que celebró una gala para críticos exigentes. Sus cuadros fueron un éxito total. Uno de ellos se comenzó a exhibir en una famosa galería donde solo los grandes artistas exponen sus obras. Después de ese día Isabella fue reconocida por periódicos locales Como una gran artista en el arte del vidrio y se hizo famosa a nivel mundial. Sus cuadros ahora son valorados por grandes cantidades de dinero y tiene muchos pedidos de clientes exigentes y conocedores.
Artista Vidriera
Isabella Peyton
Un 18 de Octubre de 1990 nacería una rubia dispuesta a comerse el mundo. Elisabeth Angelica Maier se trataba de la hija de Michael Maier y Arabella Leisser. Ambos que se conocieron en Harvard, su padre dejó el mundo militar para acabar derecho allí mientras que su madre, proveniente además de Ámsterdam, intentaba sacar adelante la carrera de empresariales pagándose los estudios trabajando como camarera en el propio recinto universitario. Hay personas que no creen en el amo a primera vista, pero lo que ellos tuvieron fue prácticamente un flechazo. A los 25 se casarían y enseguida tendrían a su encantadora hija. Elisabeth era especial, su abuelo paterno lo sabía ya que tenía un magnetismo completamente distinto al de sus demás nietos. Criada en el propio territorio paterno, no era raro que la muchacha empezase a alimentarse del ambiente jurídico, a fin de cuentas los Maier eran famosos por eso. A medida que los años pasaban ella seguía interesándose por ese mundo, y además intentaba paliar cualquier grado de controversia experimentado en su círculo familiar. Sus padres no dejaban de pelearse, vivía un puro drama aquella rubia aniñada. A los 10, se divorciarían. Entre la poca comunicación que existía entre sus padres, y que a ella le mandaban de un lugar a otro para tenerla lejos de ese conflicto... Ella acababa hartándose. A Elisabeth le gustaba estar con sus primos y sus abuelos, pero evitaba en cualquier situación encontrarse con los otros dos. Los años no tardaron en pasar y a pesar de que en su vida emocional hubiese pasado un bache como el de Jakob Hoffman, sintió la necesidad de cortar raíces e ir a la misma Universidad que la de toda la familia Maier, a estudiar lo que le gustaba; El Derecho. Tenía pensado acabar aquella carrera y una vez así entrar en el bufete de su abuelo, no tardó demasiado en acabar y así hacerlo. Empezó a hacerse un nombre en el propio bufete, subiendo escalafón y a raíz de pelearse con unos y con otros llegó a dónde quería. Deseaba poder ser una digna sucesora de su abuelo y así hacerse con la empresa. Tenía todo en mente, pero por su vida se cruzaron un par de ''obstáculos'' que no podía dejar de lado. Se casó con el que creía ser el hombre de su vida, creyó estar embarazada de él y justo después de descubrir todas las mentiras que le había estado diciendo, se divorció y se encontró con que no era el padre de sus actuales retoñas. Al parecer este bombo sorpresa vino de regalo por un encuentro que tuvo con el que ha considerado -y sigue considerando- su mejor amigo, y actual pareja, Boris Dixon. Su vida sentimental parecía mejorar, y hasta la de sus padres que volvían a las andadas con encuentros sexuales muy de la época de los setenta. Pero su vida no se vio completa hasta que por fin, el mismo día de sus veintiséis cumpleaños su abuelo y su padre le regalasen la meta que siempre había ansiado; Ser la dueña del bufete. Madre de gemelas, dueña de cuatro perros, novia de lo más encantadora y ahora, jefa de su propio mundo. ¿Se podría pedir algo más?.
New York's Drama Queen
Elisabeth A. Maier
Normas básicas
Ξ Mínimo 10 líneas completas.

Ξ El +18 está permitido on-rol, se debe indicar en el post.

Ξ Recuerda que saludar a los demás en la CB es parte de una convivencia más agradable y llevadera.

Ξ Avatar: 220x400 / Firma: 500x250

Ξ La multicuenta está permitida, pero si el primer PJ es femenino, el segundo debe ser masculino, sin excepciones; lee el reglamento completo para mayor información.

Ξ Antes de realizar registros hay que tener aceptada la ficha.

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El verde perteneciente a los ojos de Derych observaba detalladamente la fachada de la vivienda frente a él. Tan diferente a su hogar. Tan no tener de otra que aceptar. El suspiro imperceptible solo fue captado por Otto que miraba tan atento como el alemán la que sería su nueva morada. El animal podía sentir el caos emocional que daba ambiente al interior del rubio, donde cada sentimiento cargado de ansias de poder buscaba ganar y tomar control del mismo. Quizá por ahora la preocupación y el enojo predominaban en cosa dos, pues sus facciones permanecían tan inflexibles como cuando abordo el avión. Cuatro hermanos al otro lado del mundo, desprotegidos. Dos padres muertos. Y claro, un gemelo que brillaba por su ausencia a la necesidad de tiempo. Joder. Derych también necesitaba tiempo y lo necesitaba más a él, mirarse en el puto espejo no le daba la fuerza que si le brindaba la presencia de su otra mitad.

Con una pequeña señal su mejor amigo se escondió en el bolso de mano, al tiempo que Derych buscaba donde Dietrich había comentado que Anette guardaba una llave de emergencia o repuesto. Localizarla no le llevo más de un par de minutos, y entrar solo pocos segundos sumados. Examino el interior antes de entrar con propiedad, dejando el equipaje en la entrada para encaminarse hasta la primera habitación que suponía era la sala de estar.

Anette. – Murmuró con algo de sorpresa al divisar su pequeño cuerpo en uno de los muebles, pues no esperaba toparse con alguno de sus hermanos tan pronto. No se movió mucho más luego de pronunciar con cuidado el nombre de la chica, siendo inundado por el pasado, específicamente por la sonrisa de su madre cuando se hizo a un lado para dejar al descubierto lo que siempre había deseado, dos niñas curiosas que con la primera mirada le habían robado el corazón al manipulador de la familia.
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Semana de mierda, humor de mierda, tan sencillo como eso. Anette era terriblemente cambiante, si sus emociones fuesen colores, ella no tendría uno solo, jamás, muchas veces aquella montaña rusa resultaba abrumadora incluso para ella, que había experimentado aquellos cambios toda su vida, cuando se sentía de aquella manera, cuando todo era demasiado, solo podía y quería domir, eso la mantenía en calma, bajo control, no terminaba golpeando a nadie y tampoco follando con un desconocido y eso era bastante bueno.

Ese día en particular había decidido quedarse en casa, sus hermanos habían salido a hacer quién sabe qué, ni siquiera era capaz de recordarlo, ¿estaban juntos?, de eso tampoco estaba muy segura, los había ignorado por completo aunque había asentido a cada una de sus palabras mientras se encontraba debajo de las sábanas y ellos por turnos en la puerta de su habitación.

Se instaló frente a la tv de la sala, con una bolsa de papas fritas y un vaso de refresco, vio un par de capítulos de una serie en Netflix y terminó quedándose dormida, como de costumbre. El ligero sonido de la puerta la hizo abrir los ojos de a poco, parpadeó un par de veces, la luz estaba apagada, las cortinas cerradas y apenas entraba luz a la estancia, ¿Dietrich?, frunció el ceño, no podía ver bien, pro aquel cuerpo, esa mirada posada en ella tan… así, de seguro estaba soñando, sí, era eso, era imposible que su… que su hermano estuviese ahí, lo escuchó pronunciar su nombre y como si él fuese un imán y ella metal, se puso de pie y comenzó a acercarse a él despacio, cuando estuvo a escasos centímetros de su cuerpo, llevó la mano  derecha a su mejilla.

¿Eres tú? –murmuró y no dijo nada más, lo abrazó por el cuello y hundió la nariz en su piel, era su perfume, su suave y cálida piel, deslizó una mano por su nuca, era su cabello, dejó escapar el aire de sus pulmones, no estaba soñando, era real y ella solo… Dios, lo había extrañado y necesitado tanto después de la muerte de sus padres que no dudó ni un segundo en rozar sus labios con los ajenos- Te eché de menos… -susurró un segundo antes de atrapar sus labios en un beso suave, lleno de pura, dura y dolorosa necesidad.
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La mirada de Anette no causo inmutación alguna en el alemán que mantenía sus propios ojos en la chica, estudiando cada reacción, cada movimiento, pero estando más allá de eso, perdido en una conmoción emocional de recuerdos, memorias y sensaciones pasadas. Risas. Regaños. Llantos. Toda una infancia compartida. Con su familia. Su ahora familia rota.

Y ahí despertó, al sentir el suave tacto, el contacto de la mano de la castaña contra la piel de su mejilla, sin poder comprender en que momento la distancia había desaparecido, dejando que el bolso de mano tocara el suelo para tener sus manos libres y así poder rodear con las extremidades superiores el menudo cuerpo de su hermana al momento que sentía la nariz ajena hundirse en el cuello, pudiendo sentir el aroma contario, sintiéndose un poco más completo. Más en casa. Menos solo. No respondió a la pregunta, imaginando que le había necesitado tanto como él, razón por la que había dejado todo para ir hasta ellos, la responsabilidad de cuidarlos era superior a otra cosa. Porque sí. Derych no creía en nada o nadie, era un simple manipulador oculto entre los personajes que presentaba, pero aquellos seres eran la luz y la excepción que le recordaban su humanidad.

Sin embargo, lo que el rubio no espero fue aquel inocente roce que enmudeció cualquier contestación al susurro de Anette y le llevo a la claridad cuando sus labios fueron atrapados por la necesidad y demanda. Por supuesto que no era él. Por supuesto que no lo había echado de menos. Y por supuesto que no era quién necesitaba.

Las manos de Derych ahuecaron la cintura de la joven, aferrándose a ella, dejando que sus dedos encajaran y casi marcaran, atrayéndola aún más a su cuerpo, tomando posesión del beso, volcando más urgencia en la demanda, más hambre en la necesidad. El enojo era palpable en cada célula del gemelo menor, por el rechazo, la confusión y abandono al que se creía sometido. Nuevamente era Dietrich el llamado. El esperado. Cuando era él quien estaba ahí, precisando de sus hermanos. Y es que amaba a su alma gemela, pero esto era de lo poco que le descontrolaba.

La ingenuidad e inocencia de su papel fue olvidado, pues la rudeza de su verdadera y retorcida naturaleza tomaba control, queriendo sembrar, marcar su esencia en su pequeña hermana. Los labios del agente policial se movían expertamente en los contrarios, explorando cada rincón, memorizando y conquistando. Intentando saciar y entregar lo que le pedía, a pesar de saber que no era a él. Sin embargo, se vio interrumpido por la presencia de Otto, que al oler a Anette había salido bastante desesperado a saludar, sin duda habiéndola extrañado, por lo que no tardó en subir por el cuerpo de Derych hasta posicionarse en su hombro y rozar su cabeza con la joven, provocando que apenas se separan y la mirada oscurecida de su dueño penetrara con intensidad a la castaña. – Hola, Eff. – Susurró acariciando con la voz cada letra, dejando que la sonrisa infantil que tanto le caracterizaba se hiciera presenta, regresando a su expresión amable y aniñada. – Creo que… – Murmuró tomándola del mentón para rozar sus labios desde la comisura de los ajenos hasta su oreja. – Me debes un dulce. – Declaró ronco, como hace mucho no hacía. Pues ese era un juego que se traían con Dietrich en el cual su familia y amigos le debían alimentos de esa clase si eran confundidos por el otro. Y sin más se alejó riendo suavemente, de nuevo dentro del personaje que debía tomar como papel. Porque Derych era el gemelo bueno, el bien portado. Lo que Dietrich jamás sería. Y Dietrich era lo que él fácilmente podría ser. Pero los roles fueron repartidos y era algo que disfrutaba y entretenía.

– ¿Qué dices, Otto? ¿Estas feliz de verla? – Cuestionó a su amigo como si nada hubiera acabado de ocurrir, divertido y curioso por haber sido atrapado debido al delator de su mascota, y es que no era la primera vez que Anette lo confundía, ni la primera vez que Derych fingía ser su otra mitad, pero sí era la primera vez en la que era descubierto.
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Los manos de Anette acunaron aquel precioso rostro, uno de los pocos que le había quitado el sueño de verdad, ese que hacía que perdiera la poca sensatez que poseía, ese que la hacía estremecer y mantenía su piel erizada incluso sin siquiera tocarla. Su posesividad le fascinaba, la excitaba como ninguno, es por ello que maldecía cada día en el que él estaba ausente, no le amaba, bueno, no lo sabía, pero lo que sentía por él era incontrolable, Diet la cegaba, eso era lo que pasaba, cada que él estaba cerca ella solo podía comportarse como su cachorro y él muchas veces actuaba de la misma manera, invadiendo su espacio, hundiéndose en su piel sin querer distanciarse ni un maldito milímetro, necesitaba eso en este preciso instante.

Ignoraba todo a su alrededor, nada existía en ese preciso instante, nada ni nadie que no fuese el hombre cuya boca la estaba devorando. Su abdomen chocaba con el ajeno y estaba a un par de segundos de guiarlo hasta la maldita habitación, quitarse la ropa y hacerle el amor y estaba segura de que él no se negaría, incluso aunque su encuentro fuese un riego, aquel beso lo demostraba, él la necesitaba tanto como ella a él, ¿por qué detenerse?. Arrugó la punta de su nariz al sentir aquel pelaje casi en la piel de su frente, esto le hizo abrir los ojos y lamentablemente tuvo que separarse un poco para ver de qué o quién se trataba- ¿Otto? –Murmuró, deslizando la mirada del animal hasta aquellos ojos que la penetraban como nunca o quizá como siempre, no podía descifrarlo aun. El labio inferior de la castaña tembló al escucharlo mencionar aquella vieja y tonta broma, sí, le debía un dulce porque él no era su gemelo.

¿En qué maldito momento lo había confundido?, ella conocía los besos de Dietrich como los de ningún otro, ¿sería su inconsciente hablando?, ¿sería esas ganas que siempre había tenido de devorar la boca de Derych? –incluso mucho más que eso- y pensar que los ojos de la pequeña Effi se habían posado primero en él, en el gemelo bueno, Dios, es que Derych… él era sencillamente el hombre perfecto para cualquier mujer y era precisamente esa perfección y dulzura que lo caracterizaban lo que hacía e hizo que el imbécil no volteara a ver ni un segundo con deseo a su “hermanita menor”, metiéndose a la cama con cualquiera que no fuese ella, ¿por qué?, porque él sí tenía límites en cambio Dietrich no. La primera vez que ella había deslizado los dedos entre sus piernas, para tocar su centro con frenesí había sido por él y ese ceño fruncido que ponía cada que estaba pensando. ¡Maldito, mil veces maldito por no quererme!, eso pensaba Effi cada que el rubio llegaba a casa con alguna “amiga”, mientras fingía por supuesto una de sus esplendidas sonrisas y ahora, después de años  y una maldita relación tóxica –que no cambiaría por nada- con el gemelo “hijo de puta”, venía Derych sus sentidos con un estúpido beso de mierda, si ese hombre supiera que si no fuese por Otto ella estaría cabalgándolo sin piedad, como estaba segura que le gustaba, como lo había visto una vez en la cabaña –una de las tantas propiedades de sus padres-, esa vez, también se había tocado por él y había deseado sacar a la puta pelirroja por el pelo y fallárselo ella, ¿pero adivinen qué?, él solo la veía como su preciosa hermanita menor, maldito seas de nuevo Derych.

Yo… me alegra mucho verte, hermanito –la incomodidad era palpable, al menos de su parte, ¿por qué? No sabía si golpearlo, besarlo, fingir, no sabía nada, de lo único que estaba segura era de que él debía estar al tanto de ella y Dietrich, eso sí- También estoy feliz de verte a ti, niño bonito –subió los brazos para cogerlo, rozando sus nudillos con la mejilla de Derych en el intento, sus dedos temblaron, esperaba que él no notara lo nerviosa que ella estaba en ese preciso instante. Arrullo a Otto como si fuese un bebé y luego alzó la mirada para toparse con Derych, miró su cuello, su boca y luego sus ojos- si no fuera por él…-murmuró y dejó la frase al aire, dando media vuelta y dirigiéndose hacia la cocina- ¿quieres algo de comer o prefieres que te muestre la casa, hermanito?
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Decir que Derych estaba disfrutando de la situación podría quedarse un poco corto pues el alemán estaba fascinado con la confusión que se leía en el lenguaje corporal de Anette, escuchando como el ritmo de su respiración cambiaba. Porque sí. Si en algo era bueno el rubio era en perfilar a las personas, después de todo, analizar cada gesto, cada movimiento y copilarlo era parte de su trabajo.

No había signos de arrepentimiento, remordimiento o quizá siquiera algún tipo de rastro que pudiera decir lo que segundos atrás sucedió. La presencia del agente policial era imperturbable, manteniéndose en aquel personaje que tan bien le sentaba. Amable, tranquilo y refrescante, pues ahí estaba, sin borrar aquella sonrisa llena de calidez y cariño, que inversamente ocultaba la diversión y el deseo que su interior experimentaba. Ciertamente no tenía segundas intenciones con su hermana, pues a pesar de que no le importaba realmente con quien se involucraba propiamente o no, de las pocas cosas que respetaba eran las ordenes de su madre y las reglas impuestas por sí mismo para manejar y hacer creíble sus personajes, siendo ambas razones para no mirarla dos veces como lo hacía su gemelo, pero en el fondo eran uno, y ambos sabían que lo que sentía el uno fácilmente podía sentirlo el otro como si fuera carne propia, sin mencionar el hecho de que Anette tocaba fibras sensibles que le provocaban a comportarse indebidamente al hacerle pensar que era confundido, rechazado y en esta ocasión abandonado. Las emociones sumamente fuertes le descontrolaban.

- ¿De verdad? – Cuestionó ladeando su rostro como si de un cachorro se tratara, frunciendo el ceño como si pensara en las palabras escuchadas con concentración. – No te creo. – Se encogió finalmente de hombros, observando como tomaba a Otto, lo que le llevo a disfrazar una sonrisa de satisfacción con esa infantil y calurosa que le caracterizaba. Sin duda las cosas serían curiosas a partir de ahora. – Ni siquiera me has saludo realmente. – Acusó desordenando su propio cabello que ya se encontraba bastante revuelto debido al largo inusual en él que le daba un aspecto descuidado en conjunto con esa barba de par de días. – Tú más que nadie sabes que no me gusta compartir a pesar de que he tenido que hacerlo toda la vida. Y esa bienvenida no ha sido para mí, Eff. – Murmuró rozando su mano en la cadera de la castaña que ahora le daba la espalda. – Así que saluda a tu hermano y que esta vez sea el que me corresponde. – Ordenó con dureza, agradecido de que no pudiera verlo, pues facilitaba el poder romper las reglas y salirse de personaje, dándole fuerza a sus palabras al ejercer presión en su agarre.

- Y… También me alegra verte, Anette. – Susurró en su oído al jalar de ella para pegarla a su cuerpo, dejando que pudieran sentir como encajaba con el contrario, soltándola casi enseguida sin explicación para tomar sus cosas y ponerse en marcha a la dirección a la que creyó ella iba a dirigirse antes. – Ambas. Otto debe comer, ha estado quisquilloso. No estaba muy de acuerdo en venir. – Murmuro girándose risueño para ver burlón a su amigo que estaba en brazos de la mujer. - ¿Cuál es mi habitación? ¿Dónde está Marion? ¿Died está dormido? – Comenzó a disparar preguntar a medida que se formaban en su cabeza, deteniéndose al tiempo que asentía al recordar algo. – Por cierto. Uno dijo que lo llamáramos en cuanto llegara. – Comentó haciendo referencia a Dietrich, dejando escapar un bostezo a causa del jet lag. – Traje par de cosas para ustedes. ¿Cómo la han llevado? – Interrogó sin hacer mayor mención a la razón por la que estaba ahí, pues era un tema que ni él quería tocar realmente, haciendo que la seriedad se reflejara en su rostro, así como cierta preocupación. - ¿Te has estado cuidando como se debe? – Cuestionó alzando las cejas, notando como Otto parecía examinarla como si entendiera la conversación.
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La castaña detestaba que él estuviese presenciando su descomposición, su descontrol, su desajuste, Dios, se sentía como esas máquinas antiguas que terminaban trabándose de un momento a otro sin motivo aparente, simplemente trabadas por minutos que parecían horas y era imposible volver a configurarlas y aunque no estaba segura de si su cuerpo eso estaba demostrando, sabía que su mirada no ocultaba nada y él la conocía de maravilla, el rubio sabía que le había tocado justo donde debía, que quería gritar, correr, llorar, golpearlo, reírse –sí, reírse a carcajadas porque se sentía estúpida, él lo sabía y ellos habían sido incapaces de notarlo?, ¿pero por qué lo sabía, acaso Dietrich  se lo había dicho?, dudaba que fuese así-.

Él solo estaba frente a ella, comportándose como si nada hubiese pasado, con esa sonrisa perfecta y los ojos juguetones y chispeantes, siendo tan Derych que dudaba que alguien fuese capaz de confundirlo con Diet. Si ella era como una maquina trabada, él era lo contrario, él era es laptop nueva, que funcionaba a la perfección incluso tras haberle caído medio vaso de agua encima, ese era él, bendito Don el que tenía, ese que lo hacía lucir intacto incluso en los momentos más “extraños” o en los peores, a veces quería ser como él y hacía el intento, pero le era imposible no dejar salir a la luz aquellos cambios de humor que la caracterizaban, su cuerpo hablaba por ella desde tiempos inmemorables.

Pues no me creas si te da la gana, pero te estoy diciendo toda la verdad –La Anette hostil, bienvenida a la charla querida, ¿cuál seguía después de esa?, ¿la indignada, la sensible, la dulce, la puta, cuál?- ¿Verdad que digo la verdad, Otto? –dijo mirando al animal, para evitar la mirada de su hermano mayor- Sí te he saludado –alzó la mirada, aunque no podía verlo a él pues estaba de espaldas a su cuerpo y tragó en seco ante su siguiente comentario, ¿cómo podía decir aquello sin siquiera inmutarse? Incluso a ella la movía un poco aun cuando poco le importaban los riesgos cuando Diet estaba a su lado, la movía el que sus hermanos fuesen a enterarse, la “desconfiguraba” y él lo sabía y estaba como si nada. Parpadeó varias veces, no sabía exactamente qué hacer, estaba temblando, no porque le temiese, para nada, si no porque temía lo que estaba golpeando en su interior, quería maldecirlo de nuevo, pero él no era culpable, pues esa parte no se la sabía ya que si bien los sentimientos hacia él y las ganas se habían aplacado hacía años atrás, Derych era la tentación andante, eso era y Anette estaba más necesitada que cualquiera de esa dureza que al parecer él poseía. No, no, no, concéntrate, coño, se regañó a sí misma.

Sí, lo sé, se nota –sus ojos estuvieron cerrados en ese lapso de tiempo, pero luego salió de “ahí” y caminó como si nada, intentando adoptar esa forma de ser de su hermano una vez más- entonces ven –se adentraron a la cocina- ¿cómo que no estabas de acuerdo con venir?, este lugar es esplendido Ottito bonito –dijo hablándole a Otto con una sonrisa en los labios- tu habitación está entre la mía y la de Marion, queda justo frente a la de Diet –murmuró- Died y Marion han salido no sé a qué, no he prestado demasiada atención, estaba un poco dormida y malhumorada, así que –se encogió de hombros y apoyó el trasero en el mesón- la nevera está llena, coge lo que quieras y dale comidita a Ottidotti, deja tus maletas donde sea, nosotros las llevaremos a tu habitación después, debes estar agotado –hizo un asentimiento- luego se le llamará a él –su mirada estaba clavada en el pequeño amigo, su sonrisa se fue desvaneciendo al pensar en eso, en ellos, sus padres- estamos bien… -mordisqueó los cueritos de su labio inferior y alzó la mirada- Estoy comiendo bien, durmiendo bien, tomando buen alcohol, saliendo tanto como puedo y ah no follo, pero siempre llevo condones, por si acaso ¿eso cuenta? –alzó una ceja- ¿cómo lo estás llevando tú? –dejó un momento a Otto en el mesón y se acercó a él, para rodearlo con sus brazos como cuando era pequeña, hundir la nariz en su pecho y dejar caer sus parpados, aquel abrazo no estaba lleno de deseo en lo absoluto, ahora estaba abrazando a una de las personas más importantes de su vida y quien estaba pasando por el mismo dolor que ella- ¿tú, te estás cuidando?  –Murmuró, sentía que quizá ellos podían creer que les dolería más por ser hijos biológicos, pero a ella le ardía el alma y hoy por hoy sentía que iba a explotar en llanto en cualquier momento por la ausencia de sus padres-
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Derych casi podía escuchar con claridad los pensamientos de Anette, pues el ruido que seguramente había en su cabeza era leído sin dificultad por el alemán. Jamás pensó que dejar de jugar al ignorante sería tan divertido, no quería ni imaginar la reacción de Dietrich, aunque seguramente no era tan interesante como la de su hermana. El rubio aún sentía curiosidad de como esos dos creyeron que él no se daría cuenta de lo que estaba ocurriendo, de alguna manera hasta le ofendía. Se dedicaba a algo similar, y era bueno, jodidamente bueno en lo que hacía, aunque la castaña no le hubiera confundido más de una vez con su gemelo, él lo habría sabido.

El chasqueo de lengua hizo un sonido lo suficientemente fuerte para dar respuesta a la hostilidad recibida, frunciendo el ceño mientras enfocaba con la mirada a la joven. – Joder. Que acabo de llegar y mira como ya me hablas. – Se quejó finalizando en un perfecto puchero, dándole la perfecta apariencia de un ser herido. – Eras más linda cuando creías que era otra persona. – Acusó saboreando la frase dicha, dejando que ella percibiera la amargura en cada palabra, pero confundiéndola al mantener su expresión despreocupada.

- Debería castigarla por ser tan grosera. ¿Verdad, Otto? – Comentó imitando su actitud de escudarse en el hurón. La sonrisa del alemán se acentuó a pesar de que Anette no podía verle, sintiéndola temblar, dando en respuesta una pequeña caricia en su brazo que termino en apretón, confortándola. Incitándola.

La risa de Derych inundo la cocina al escuchar cómo le hablaba aquella mujer a su mejor amigo, hecho que siempre le había causado cierta gracia. – No lo sé. Desde que empecé a empacar ha estado de mal humor. No le gustan los cambios. – Se encogió de hombros, estudiando con curiosidad el lugar, sin dejar de prestar atención a la explicación de su hermana. – Vale. No les digamos aún que estoy aquí. – Asintió en confirmación para sí mismo, abriendo cuidadoso el refrigerador para escanear su interior. - ¿Cereal de chocolate? – Indagó esperanzado de que hubiera en alguna de las repisas, tomando la jarra de leche en el proceso para dejarla sobre el mesón. – Cuenta, cuenta. Siempre hay que estar prevenidos. – Acepto risueño, más tranquilo de escucharla siendo ella, congelándose un poco ante el abrazo que lo llevo a suspirar, pues solo Dios sabía cuánto lo había necesitado.

- Hago lo que se puede. – Murmuró rodeándola firme y fuerte con sus brazos, con aquel cariño y protección que surgió desde que eran la mitad de estatura de hoy en día. – A pesar de que lo están haciendo bien, he venido a cuidarles. Papá y mamá ya no están, pero seguimos siendo Ackermann, seguimos siendo una familia. – Y con cuidado la tomó del mentón, plantando un cálido beso en su frente. – Y la familia nunca te abandona. Ni te olvida. – Susurró la frase de la película favorita de Marion, que como tortura ambos tuvieron que ver millones de veces con la pequeña rubia. – Además, también necesito que me cuiden. – Comentó el agente policial ahora algo más risueño, sin querer que la melancolía y nostalgia nublara el corazón de su hermana, el propio.
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